Cómo enfrentar el prejuicio hacia la Sumisión

Verdadero Valor

Es propio de los seres humanos preocuparnos por el valor que tenemos. Ese reconocimiento, en últimas, determina lo mucho que podemos ser queridos, o apreciados. El no ser valorados por los demás, o no ser parte de algo, es un miedo aprendido que nos persigue todo el tiempo y al cual le hemos dado un lugar significativo en nuestras vidas.

El miedo a no ser amados, no ser tenidos en cuenta, o ser dejados de lado, genera la necesidad profunda de hacer cosas para mantener a los demás satisfechos, contentos y complacidos. Esto influye en gran medida en las cosas que hacemos, lo que nos gusta, el tipo de vida que elegimos, nuestros hobbies, e incluso aquello que nos hace “felices”.

Guiados por este profundo temor, idealizamos versiones de nosotros mismos, fachadas de lo que somos y las relaciones que construimos a nuestro alrededor. Vivimos bajo la presión constante de evitar a toda costa lo que los otros pueden considerar fracaso o imperfección. Renunciamos a la oportunidad de equivocarnos por miedo a perder el valor que tenemos para los demás, nos robamos la posibilidad de aprender de ello, e incluso atacamos a quien nos lo señala. Actuamos como robots programados, siguiendo el deber ser al pie de la letra, para evitar escenarios donde pueda presentarse algún inconveniente, suprimiendo así la aventura de lo inesperado, la incertidumbre de lo desconocido y el descubrimiento de nuevos placeres.

Edificamos nuestras vidas para complacer las necesidades y expectativas de los demás, reprimiendo lo que queremos y manteniendo encerrado nuestro verdadero ser. El no desviarnos del camino, que según la opinión de la mayoría “debemos seguir», se vuelve la constante de nuestra miserable existencia, llena de insatisfacción por miedo a enfrentar la incertidumbre, que sólo trae consigo la búsqueda de lo que realmente nos hace vibrar el alma. Muchos nunca llegan a ser conscientes de esto y mueren sin haber descubierto lo que los hacía felices, ni la razón de ser, que les pudo haber brindado un sentido a sus existencias.

Para mi fortuna, llegó a mi vida un torbellino que derrumbó todas las fachadas que había construido durante toda una vida, siendo la hija, hermana, amiga, novia y estudiante “ejemplar”, la que nunca cometía un error, la que nunca se desviaba y la que nunca hacía nada que estuviese por fuera de lo aceptado. Esa intempestiva corriente de aire arrasó con la falsa creencia de buscar la felicidad fácil y el éxito a partir de la aceptación de los demás, y me mostró sin eufemismos, sin adornos, ni palabras bonitas, la falsedad de la ilusión que había escogido vivir.

Por supuesto, no fue un descubrimiento agradable. Entender que la ropa que usaba, la música que escuchaba, la forma en que invertía mi tiempo, la  manera en que me expresaba, e incluso mis elecciones de vida, no estaban movidas por lo que yo era, o por lo que quería llegar a ser, sino por miedos infundados y exigencias sociales represivas, fue algo bastante doloroso. Pero Él, ese huracán de comentarios desafiantes e ideas disparatadas, me hizo comprender que lo más doloroso de mi estado, no serían los miedos ni la incertidumbre, sino el arrepentimiento de rendirme, de no saber de lo que soy capaz, de dejar atrás lo que realmente me apasiona y de no emprender la búsqueda de mi propia liberación.

Gracias a Él hoy sé quien soy, me siento segura de mí misma, libre y satisfecha. He encontrado mi verdadero valor, no en la aprobación de los demás, sino en el placer que se desborda a través de mi Sumisión, en su autoridad que mueve cada célula de mi ser, en su voluntad que me hace levantar después de cada caída, en la motivación que representa la dicha de crecer a través de enfrentar sus desafíos y alcanzar sus objetivos.

Hoy sé que no todo el mundo entiende mi proceso, que la envidia, el miedo y la necesidad de estar por encima de los demás, siempre tratarán de interrumpir mi camino, que los demás sólo critican por ignorancia, porque la gente sólo busca en nosotros una forma de mantener su farsa, la fachada ingenua con la que cubren su eterna insatisfacción. Que no importa que duela, ni que los ataques sean crueles y viciosos, nunca serán más que justificaciones vacías, para ocultar la mediocridad y el aburrimiento del reprimido, incapaz de enfrentar sus propias debilidades.

Y a pesar de todo lo que me  ha costado, no me arrepiento del camino que recorrí, sólo por Él elegiría recorrerlo una y otra vez, pero, más allá de eso, todo lo que he aprendido, lo que mi mente ha disfrutado y cada estímulo generado por los recuerdos de este proceso, supera cualquier momento de insatisfacción que alguna vez pude tener.

Las recompensas sólo son recibidas por aquellos que luchan más allá del miedo y del dolor. Gracias a Él, entiendo lo que es la felicidad y vivo tranquila, eso lo vale y lo merece todo.

Él me enseñó a hacer respetar mis gustos, deseos, sueños y fantasías, a poner todo lo que me hace vivir por encima de las críticas, los prejuicios y los comentarios negativos. No se trata de alejar a todos, ni desterrarlos de nuestras vidas, ellos han sido tan víctimas como nosotros del constructo social y la búsqueda por la perfección. Tampoco se trata de ir contra la corriente y luchar a muerte por defender lo poco que conocemos. Pero, sí debemos protegernos para no dejarnos llevar por las corrientes tempestuosas del conflicto, de lo impulsivo y lo negativo.

Renunciar a lo que somos por sentirnos parte de la colectividad, es la manera más primitiva y degradante de anularnos como individuos. Ante la duda, nuestra tranquilidad y lo que nos hace vibrar por dentro, deben ser la única prioridad. Por el contrario, prefiero renunciar a sentirme avergonzada por lo que soy, porque con Él descubrí que las personas, que en realidad merecen estar en mi vida, valorarán el hecho de que haga presencia en sus vidas de forma honesta y libre, sin máscaras, ni protocolos.

Mi Sumisión hace parte de lo que soy y de lo que puedo aportar, y Él logró demostrarme que ese detalle es algo por lo que vale la pena luchar, vivir y morir. Ningún miedo de otra persona debe estar por encima del placer que mi Sumisión puede manifestar en mi vida. Él me hizo ver que no necesito de los demás, que lo social no tiene que ver con la cantidad, sino con la calidad de las personas en tu vida, que puedo quererme a mí misma, incluso cuando son pocos los que me aceptan y que puedo ser amada, incluso desde aquellos atributos que los demás desprecian.

Por esa razón, quiero que mediante esta expresión, quede plasmada mi disposición para continuar su camino, para servirle a Él de cualquier forma que la vida me lo permita. Quiero que el mundo sepa que tengo miedo, que es muy difícil, pero que no hay nada ni nadie, que pueda interponerse ante mi lucha, ante mi búsqueda, ante su placer. Quiero que este espacio confirme que sí se puede, que sí es posible, que sí existe un camino diferente y que la vida puede tener sentido a través de la Sumisión.

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